Mi nombre es María Llinares y soy una ingeniera de desarrollo de software aficionada a la cocina.
Actualmente vivo en Cantabria, pero en los últimos años he estado viviendo en Madrid y poco antes de esto, es donde empezó todo…
Hasta los 23 años, si os soy sincera, no sabía cocinar nada; sabía lo que me gustaba y no me gustaba, era muy escogidilla y sabía cómo quería las cosas. Pero ejecución, cero patatero, porque no había tenido tiempo para enredar en la cocina.
Pero poco antes de mudarme a Madrid, a comenzar mi vida laboral de verdad, pasé por unos problemas de salud bastantes intensos. Me trasplantaron la córnea, ya que desde los 17, solo veía por un ojo y fue un proceso bastante delicado, lo cual me obligó a estar durante unos meses en casa. Soy una persona muy inquieta y, quien me conoce, sabe que no me puedo estar sin hacer nada ni diez minutos. Así que en mi desesperación por hacer cosas empecé a cocinar de todo. Unas cosas me quedaban muy bien y otras fatal, claro que sí, pero es lo normal cuando uno está aprendiendo… Estoy muy agradecida a mi madre, porque me enseño la mayoría de sus recetas clásicas y de toda la vida, sin las que considero que no se puede aprender a cocinar porque son la base de cualquier modernidad que queramos aportar a nuestros platos.
Una vez me recuperé, decidí mudarme a Madrid porque allí era donde tenía trabajo “de lo mio”. Mi vida pasó de ser lo más relajado del mundo a no tener tiempo ni de respirar. Así que por ello, al cabo de unos meses allí tirando de mucho precocinado porque creía que no me daba tiempo a más, empecé a mentalizarme en comer sano, porque necesitaba mucha energía, que la anterior etapa y todos los cambios fisicos que conlleva un trasplante de órgano, me habían dejado hecha un trapo. Tenía las defensas por los suelos y hubo momentos en los que ya hasta me avergonzaba de estar otra vez mala de lo que tocase esta vez.
Todas estas cuestiones de hacer la compra y cocinar para una sola persona, llevar un tupper a la oficina que sea equilibrado, pues solo voy a comer un plato; llegar de trabajar y preparar la cena y el tupper del día siguiente, me llevaron a por un lado, a amar la cocina pues quizás no tendría tiempo para muchas más cosas, quizás desde fuera suena como una vida aburrida, pero para mi todo ese rato cocinando se convertía en el momento más relajado del día, en el que las agujas del reloj van girando y tú no piensas en nada más. Un tiempo en el que los problemas se desvanecen y la alegría y motivación te invade. Yo creo que eso se llama pasión y creo que encontré una en mi vida cuando más lo necesitaba.
Si echo la vista atrás, me doy cuenta que pensar y repensar en que voy a cenar o que voy a comer mañana, que plato original quiero hacer para invitar a mis amigos o cual haré cuando vaya el finde a casa, dar vueltas por el supermercado fisgando todo lo habido y por haber; todas estas cosas, han sido mi refugio ante los problemas de la vida y la salud. Y todo esto, para colmo, ha sido la mejor afición que pude buscarme porque con una dieta equilibrada y planteándote un poco más que es lo que comes o dejas de comer, te encuentras mejor física y mentalmente.
Yo soy consciente de que no cocino ni mejor ni peor que nadie, no me creo más creativa y sé que tengo mucho que aprender, tampoco he venido aquí a enseñar nada imposible a nadie ni a dar lecciones de como hacer cosas que sabe hacer hasta un niño de ocho años. Solo me apetece compartir las cosas que me queden bonitas y las que me queden no tan bien, dar los consejos y explicaciones que a mi me gusta que me den cuando me cuentan una receta pero, sobre todo, cosas sencillas y sin historias porque para ser Jamie Oliver o Martin Berasategui, habría que volver a nacer.